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Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro:
Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.
ISBN: 9788484287148
Editorial: Alba Editorial
¿Ya has pensado sobre cómo puedes aprovechar los momentos cotidianos con tus hijos para ayudarlos a alcanzar su verdadero potencial? ¿Cuáles son los mejores métodos educativos para que consigan ser ellos mismos y sentirse a gusto en el mundo? Prepárate para encontrar estrategias que cultivarán la mente en desarrollo de tu hija o hijo, desde su nacimiento hasta los doce años. ¡Descubre “El cerebro del niño”!
Sabemos que las experiencias difíciles que nuestros hijos pasan durante la infancia también pueden permitirles crecer. En lugar de intentar evitarlas o protegerlos siempre a toda costa, debemos ayudarlos a integrar esas experiencias en su visión del mundo para que puedan obtener un aprendizaje.
Este libro se basa en ese concepto: la integración. Cuando los niños no están integrados son superados por sus emociones, se sienten confundidos y actúan de manera caótica o, por el contrario, con una rigidez extrema.
El proceso puede realizarse “horizontalmente”, integrando la lógica del hemisferio izquierdo con las emociones del hemisferio derecho; y también “verticalmente”, al conseguir que la parte superior del cerebro, que nos permite ser reflexivos, funcione en conjunto con la inferior, relacionada con el instinto y la supervivencia.
Al entender cómo funciona el cerebro, puedes elegir de forma consciente lo que enseñas a tus hijos, cómo les respondes y por qué. Ten en cuenta que su desarrollo se verá afectado no sólo por lo que le ocurra, sino también por la respuesta que reciba de ti como padre o madre.
Uno de los últimos grandes descubrimientos científicos acerca del cerebro humano es la neuroplasticidad. Es decir, la capacidad que tiene nuestro órgano pensante de moldearse y adaptarse a través del tiempo. ¿Y cómo se moldea? A través de la conducta y la experiencia.
Cuando vivenciamos un acontecimiento, las neuronas se activan y forman nuevas conexiones entre sí. Con el tiempo, esto lleva a una reconfiguración de nuestro cerebro. Claro que también son necesarios una buena alimentación, horas de sueño saludables y una estimulación adecuada.
Pero esto quiere decir que podemos moldear nuestro cerebro para ser más sanos y felices. Y no sólo cuando somos niños. También aplica para adolescentes, adultos y ancianos. Aunque en los siguientes apartados pondremos el foco sobre los más pequeños de la casa.
La integración, entonces, consiste en este proceso de reconfiguración: en facilitar a nuestros hijos experiencias para que creen conexiones entre las distintas partes de su cerebro.
Como ya mencionamos, el cerebro tiene un hemisferio izquierdo y otro derecho. El primero es lógico, literal, lingüístico y lineal; mientras que el segundo se especializa en la comunicación no verbal, las imágenes, las emociones y los recuerdos.
Durante los primeros tres años de vida, el hemisferio derecho tiene el control total. Los niños de esta edad viven apenas en el presente y tienen dificultades para usar la lógica. Pero cuando empiezan a preguntar “¿por qué?” constantemente, es una señal de que el hemisferio izquierdo comenzó a desarrollarse.
Una buena integración de ambos hemisferios permite que nuestros hijos tengan una mejor toma de decisiones, mayor control del cuerpo y las emociones, mejor comprensión de uno mismo, relaciones más sólidas y buen rendimiento escolar.
Veamos algunas estrategias para estimular la integración horizontal en tus hijos.
La primera es útil para lidiar con un niño cuando está nervioso o alterado. Como la lógica no suele surtir efecto en estos casos, primero debes conectar con el lado derecho de su cerebro. Por mucho que sus sentimientos te parezcan frustrantes o absurdos, para él son reales e importantes.
Reconocerlos y usar señales no verbales, como un abrazo y expresiones faciales empáticas, harán que se sienta comprendido. Llegado a este punto será más fácil apelar al hemisferio izquierdo y abordar los puntos concretos de lo sucedido.
La segunda estrategia también es aplicable para momentos donde tu hijo sufrió una experiencia dolorosa, decepcionante o asustadora. Su cerebro puede sentirse abrumado fácilmente.
Puedes ayudarlo a que la lógica intervenga contando la experiencia negativa para que puedan dar sentido a lo que pasó. Si es muy pequeño, tú deberás contar la historia y hacerle preguntas para que agregue sus sensaciones o detalles de cada momento.
Algunos niños suelen estar más predispuestos a hablar cuando construyen cosas, juegan a las cartas o van en auto. Pedirles que hagan un dibujo o escriban sobre lo sucedido también son alternativas válidas.
Contar historias nos ayuda a entendernos a nosotros mismos y a entender el mundo usando ambos hemisferios a la vez. Si guiamos a nuestros hijos para que le pongan un nombre a sus dolores y miedos, los ayudaremos a domarlos.
El cerebro también puede dividirse en una parte superior y otra inferior. En la primera se ubica la corteza cerebral, que da lugar a procesos como el pensamiento, la imaginación y la planificación.
Mientras que la segunda incluye el tronco cerebral y el sistema límbico, responsables de funciones básicas como respirar o parpadear, además de los impulsos y las emociones fuertes como la ira y el miedo.
Es importante establecer nuestras expectativas: el cerebro superior no está totalmente desarrollado hasta pasados los veinte años. Los niños algunas veces conseguirán usarlo, otras no.
Aunque eso no impide que existan estrategias para estimular la creación de esta escalera interna que une la planta baja con la planta alta de sus cerebros.
Puedes apelar al cerebro superior ayudando a tu hija o hijo a reflexionar sobre una situación que los enoja o asusta.
Vale aclarar que, si hubo un berrinche de por medio, no siempre habrá lugar para la negociación. Los niños deben respetar la autoridad de los padres y madres, y a veces eso significa que no es no.
También puedes optar por ejercitar el cerebro superior, dándole a tu hijo la posibilidad de tomar decisiones y evitando resolver sus problemas. Enséñale a respirar hondo o a contar hasta diez. Hazle preguntas que le permitan ver más allá, como “¿por qué crees que elegiste eso?” o “¿qué te llevó a sentirte así?”.
Anima a tu hijo a escribir un diario o a dibujar todos los días. Eso aumentará su capacidad de prestar atención a su paisaje interno y entenderlo.
Además, puedes aprovechar situaciones normales para ejercitar su empatía y su ética con preguntas que lo hagan reflexionar sobre los sentimientos de los demás, como “¿por qué crees que llora ese bebé?” o presentarle situaciones hipotéticas: “si un matón se metiera con alguien en el colegio y no hubiera adultos cerca, ¿tú qué harías?”.
Por último, si ves que tu hijo se encuentra superado por las emociones fuertes del cerebro inferior, es bueno hacerle mover el cuerpo. Saltar, correr, andar en bicicleta. Acompáñalo para que pueda liberar energía y tensión y así recuperar el equilibrio emocional.
Llegó el momento de abordar la memoria y entender cómo afecta al desarrollo de nuestros hijos. Pero antes, descubramos hechos y derribemos mitos sobre ella.
La memoria está basada en asociaciones. Es la manera en que un acontecimiento del pasado nos influye en el presente. Cada vez que vivimos una experiencia, las neuronas se activan y se entrelazan con otras. O sea que cada experiencia cambia la composición física del cerebro.
Pero la memoria no es una reproducción exacta de los hechos del pasado. Cada vez que recuperamos un recuerdo, lo alteramos. Porque al recuperarlo se activa un grupo neural parecido al creado en el momento en que ese hecho se codificó, pero no uno idéntico.
Podemos clasificar a la memoria como implícita o explícita. Los recuerdos implícitos empiezan a formarse incluso antes de nacer y codifican nuestras percepciones, emociones y sensaciones corporales. Los explícitos, en cambio, son momentos concretos que podemos recordar con facilidad.
Cuando ayudamos a nuestros hijos a integrar el pasado en el presente, pueden dar sentido a lo que ocurre dentro de ellos y controlar cómo piensan y se comportan.
Algunas formas de hacerlo son reproducir los recuerdos con un “mando a distancia”. Es decir, darle la posibilidad de contar una historia dolorosa de su pasado (o escucharla relatada por tii) pero pudiendo hacer pausas, rebobinar y avanzar rápidamente cuantas veces sea necesario. Esto permitirá que interactúen con la experiencia a su propio ritmo.
También puedes hacer que el acto de recordar sea parte de la vida cotidiana de tu familia. Formula preguntas que los ayuden a rememorar momentos. Recurre a la creatividad, haz adivinanzas. Porque cuanto más ejercitamos la memoria, más fuerte se hace.
En este apartado veremos el concepto de “visión de la mente”. Consiste en comprender nuestra propia mente y la de los demás. Para explicarlo, tomaremos un modelo llamado “la rueda de la conciencia”.
Básicamente, consiste en interpretar nuestra mente como la rueda de una bicicleta. El aro representa todo aquello en lo que podemos fijarnos o de lo que somos conscientes, como pensamientos, sentimientos, sueños, recuerdos, percepciones y sensaciones.
Mientras que el disco central es nuestra corteza prefrontal, la zona del cerebro que nos permite conectar con los demás y con nosotros mismos. Allí reside nuestra conciencia.
Al realizar este ejercicio, los niños deben colocar en el aro todas las cosas que están en su mente. Tanto lo bueno como lo malo. Podrán percibir que existen más cosas dentro de sí mismos además de algún tema en particular que puede preocuparlos.
Es importante que los niños sepan que tienen el poder de centrar su atención en algo que no los deje ansiosos ni los asuste. Y que no tienen que creer todos los pensamientos que pasan por su cabeza.
Además, es fundamental que comprendan la diferencia entre “ser” y “estar”, porque es normal que experimenten una sensación y se definan a sí mismos basándose en esa experiencia temporal. Debes demostrarle a tu hijo que esa sensación acabará pasando.
La práctica de concentrarse en la respiración también es útil en estos casos. No sólo calma su ansiedad, sino que también les permite volver a su propio “disco” personal para detectar otras partes de ellos mismos en las que pueden enfocarse. Incluso niños de cinco años son capaces de realizar este ejercicio.
Todo padre quiere que su hijo desarrolle un sentido de empatía y conexión con quienes le rodean. Pero esto no siempre es fácil. Algunas personas poseen menos conexiones neuronales en los circuitos responsables de la empatía y las relaciones, por lo que necesitan ser estimulados para cultivar esas conexiones.
Debemos saber que el cerebro es un órgano social creado para relacionarse. De hecho, el “yo” descubre el significado y la felicidad uniéndose y perteneciendo a un “nosotros”. Toda nuestra vida mental es el resultado de nuestro mundo neural interior y las señales exteriores que recibimos de los demás.
Los tipos de relaciones que experimentan los niños en la primera etapa de su vida determinarán la manera en que se relacionarán con los demás durante la adultez. Por eso la calidad de los vínculos con las personas que cuidan de ellos es tan importante, sean padres, abuelos, hermanos, profesores o compañeros.
El hecho de tener un cerebro “equipado” para conectar con los demás no implica que un niño nazca sabiendo compartir, perdonar, sacrificar y escuchar. Necesita aprender todo eso.
En cuanto a la timidez, en gran parte es genética. Pero también puede alterarse de manera significativa. Y la manera en que los padres del niño manejen la timidez tendrá un fuerte impacto en cómo su hijo se enfrentará a ese aspecto de su personalidad.
Se debe encontrar el punto justo entre animar al niño a establecer relaciones nuevas y no presionarlo demasiado, sin dejar de apoyarlo y calmarlo cuando se sienta nervioso.
Las estrategias en este apartado tienen que ver con disfrutar de la compañía de los otros. Juega con tus hijos, cuenta chistes, interésate por todo lo que les preocupa o los hace sentir bien. Así les brindarás un refuerzo positivo sobre lo que significa participar en una relación afectuosa con los demás.
Tus hijos entenderán que las relaciones son reafirmantes, gratificantes y satisfactorias.
Finalmente, puedes enseñarles a discutir pensando en un “nosotros”. Ayúdalos a reconocer otros puntos de vista, muéstrales cómo funciona la comunicación no verbal y edúcalos para que puedan sintonizar con los demás y pedir disculpas cuando sea necesario.
Las lecciones de este libro no buscan agotarnos para que intentemos dar un significado trascendental a cada experiencia, pero sí que estemos presentes en la vida de nuestros hijos para ayudarlos a estar más integrados mentalmente.
Asegúrate de que tu hijo o hija te ve llevar una vida con los mismos valores que intentas inculcar. Si das sentido a tus propias experiencias, podrás ser un mejor padre o madre.
Al elaborar una narración coherente de tu vida, transmitirás un legado de amor y afecto a tus hijos.
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